La novela de Uva de Aragón; Memorias del Silencio, también conocida como “la historia sobre dos hermanas que se encuentran después de cuarenta años y cuatro décadas de silencio”, esencialmente es una obra que se expresa de forma realista por su vestuario, trama y ciertos elementos de la puesta en escena.
Sin embargo, existen ciertos momentos de la obra en los que se pierde, en cierto modo, ese realismo. Por ejemplo, la representación de las escenas que eran recuerdos de los personajes principales se referían a momentos en su juventud que no obstante fueron reproducidos por los mismos actores de edad, dejando a la imaginación del espectador cómo pudieron lucir los personajes a esa época, perdiendo la precisión con la que trabajaba el teatro de Meneingen que eventualmente sería el que adoptaría Stanislasvky.
Empero, como
lo argumentaban Stanislavsky y Chejov, en lo concerniente al vestuario y a la
ambientación de la escena, no posee tanta decoración. Esto le permite al
espectador imaginar y especular cómo era el apartamento y/o casa, la época. La obra está ambientada en el año 1959, que para ese tiempo, el
Teatro de Arte de Moscú ya había desarrollado algo importante que debe tener un
personaje, que es “vida” y lo que es “real”. No es solo leer un simple ensayo o
libreto, sino saber interpretarlo, sentirlo, darle cuerpo y dramatismo; esto se
vio claramente en la obra mientras los actores estaban en escena.
En conclusión, aunque existen muchas aproximaciones entre "Memorias del silencio" y el estilo del Teatro de Arte de Moscú, tienen una diferencia absoluta entre la idea de permitir que exista un espacio de interpretación o no.
El manejo de los códigos teatrales en función de la memoria se da en
cuatro dimensiones: en primer lugar, la más obvia, la más palpable: la palabra
y la acción, las hermanas conversando, confesando, recordando. Al principio
cada una se coloca de un lado del escenario (el correspondiente a cada marido),
pero luego, a medida que la anagnórisis se da entre ellas, cambian de sitio,
como para dar a entender al público, y a ellas mismas, que se colocan en los
zapatos de la otra.
La segunda dimensión corresponde al manejo del espacio y la
escenografía: utilizando espacio vacío, los
pocos elementos que decoran el proscenio gozan de gran significado
simbólico: la puerta blanca, inmaculada, es un reflejo de la buena posición de
la que goza Lauri en Miami; la escasa fornitura fuerza al encuentro, a la
cercanía; las posiciones de los esposos corresponden a su ideología...
La tercera, la iluminación. Las apariciones de Lázaro y Robertico,
apenas iluminados al fondo del escenario, cada uno en el lado correspondiente a
su ideología -Lázaro a la izquierda, el revolucionario; Robertico a la derecha,
el conservador- generan esa sensación de lejanía en el tiempo, de
fantasmagoría, de presencia ausente, a modo de “recuerdo físico” o “flashback”.
Y, finalmente, la cuarta dimensión, los recursos auditivos: grabaciones
de los grandilocuentes discursos de Fidel Castro, la voz del sobrino leyendo su
propia carta, canciones que solían cantar las hermanas durante su juventud en
Cuba.